Cuando ella y
yo nos levantamos con el pie izquierdo y el cambio climático, ese que no
existe, hace que
nuestra casa sea el polo, ese que no se está derritiendo (modo ironía on).
Cuando ambos tenemos un mal día y ni la cuenta bancaria ni las noticias diarias
sirven de orfidal para esta vida globalizada. Cuando ella llega hastiada de un
curro de mierda, con unos jefes de mierda, en este país de mierda. Cuando en
definitiva la vida no es más que ir tachando días en el calendario, ella y yo tenemos un plan. Encerramos nuestro
amor en la casa, con doble vuelta de pestillo. Abrimos una botella de vino,
aliñamos unos pitillos y soñamos, porque todavía es gratis, con que si las cosa
mejoran hacernos un viajecito juntos.
Ella quiere
volver a Chichén Itzá y llevarme de equipaje por el México Maya. Yo sueño con
llevarla de la mano y callejear juntos por el Dublín de Joyce, y aunque casi
nunca coincidimos en el destino, yo me dejo guiar por ella y ella por mí.
Atravesamos
mares, océanos, ríos y recorremos de punta a punta los cuatro puntos
cardinales.
Viajamos a
todos los continentes, a todas las ciudades que nos apetece. Caminamos por
selvas, cruzamos desiertos, paseamos por ruinas de otras civilizaciones o nos
sumergimos en las grandes urbes como una hormiga más del hormiguero.
La lista de
lugares es interminable, pero siempre que yo digo Australia ella se akoala en el sofá y se pega mucho más
a mí, casi tanto como cuando le propongo hacer el amor bajo una aurora boreal,
ahí incluso tirita de frío, porque ella es más de bañarse en aguas cálidas y
cristalinas. Yo soy más de tirarme de cabeza a las turbias aguas de la garganta
del diablo
Y se nos van
las horas, soñando, porque aún es gratis, insisto, recorriendo todos los
lugares que jamás podremos visitar. Siempre que hacemos esto, el viaje termina
en el mismo lugar. Nos hacemos habitantes de Macondo y nos volvemos dos
personajes más de ese realismo mágico que Gabo nos dejó en herencia. Nos
infectamos de sus tradiciones, de sus maldiciones y nos dejamos llevar por ese
virus del olvido, y así como quien no quiere la cosa perdemos el conocimiento
de las cosas. Nos olvidamos poco a poco del cambio climático, de la cuenta
bancaria y sus números rojos, del trabajo de mierda con sus jefes de mierda en
este país de mierda. Se nos borra de la memoria la crisis, la factura de la
luz, las cuentas para llegar a fin de mes y así, como quien no quiere la cosa,
poquito a poco le vamos dando la vuelta al día en ochenta mundos.