domingo, 12 de febrero de 2017

Auroras boreales



No nos conocíamos de nada pero allí estábamos ambos,  un poco inquietos quizás, en una aséptica sala de hospital esperando que llegara nuestro turno.
-          Resonancia magnética – musitó.
Esas fueron sus primeras palabras,  tímidas, inseguras, temerosas. Nos miramos en silencio y nos sonreímos por cortesía. No sé si fue la sonrisa o simplemente la forma de quitarse los nervios de encima pero de pronto comenzó a hablarme.
-          Siempre quise viajar a esa parte del mundo, no recuerdo su nombre ahora, donde se
forman las auroras boreales. Dicen que es un espectáculo digno de ver, si es que todavía queda algo digno en este mundo. Pero siempre fue mi sueño, hacer la maleta, sacar los ahorros del banco y llevarme a Amparo de luna de miel a esa parte del mundo, no recuerdo su nombre ahora, donde se forman las auroras boreales. Pero por una cosa u otra al final nunca me decidía y después llegó la enfermedad,  los tratamientos, las visitas a los médicos y al final Amparo nos abandonó -Tragó saliva y con la mirada perdida en sus ensoñaciones, mezcla de amor y tristeza, continuó hablando-.  Ahora me siento tan perdido que me da miedo hasta bajar solo a la panadería imagínese joven plantearme siquiera  viajar a esa parte del mundo, no recuerdo su nombre ahora, donde se forman las auroras boreales, pero dicen que cuando las observas después la vida te parece insignificante, algo así como cuando sientes el verdadero amor por primera vez.
Una enfermera salió por la puerta y sin apenas mirarnos pronunció su nombre. Él se levantó, no sin esfuerzo, y caminó despacio hacia la puerta
-          Espero que tenga suerte Javier y cumpla su sueño de ver una aurora boreal- le dije
mientras desaparecía.
Se giró hacia mí y con una tierna sonrisa me contestó
-          Espero que la suerte la tenga usted joven. Yo ya la vi. Estuve casado cuarenta años con
ella.

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