No nos
conocíamos de nada pero allí estábamos ambos, un poco inquietos quizás, en una aséptica sala
de hospital esperando que llegara nuestro turno.
-
Resonancia magnética – musitó.
Esas fueron
sus primeras palabras, tímidas,
inseguras, temerosas. Nos miramos en silencio y nos sonreímos por cortesía. No
sé si fue la sonrisa o simplemente la forma de quitarse los nervios de encima
pero de pronto comenzó a hablarme.
-
Siempre quise viajar a esa parte del mundo, no
recuerdo su nombre ahora, donde se
forman las
auroras boreales. Dicen que es un espectáculo digno de ver, si es que todavía
queda algo digno en este mundo. Pero siempre fue mi sueño, hacer la maleta,
sacar los ahorros del banco y llevarme a Amparo de luna de miel a esa parte del
mundo, no recuerdo su nombre ahora, donde se forman las auroras boreales. Pero
por una cosa u otra al final nunca me decidía y después llegó la
enfermedad, los tratamientos, las
visitas a los médicos y al final Amparo nos abandonó -Tragó saliva y con la
mirada perdida en sus ensoñaciones, mezcla de amor y tristeza, continuó
hablando-. Ahora me siento tan perdido
que me da miedo hasta bajar solo a la panadería imagínese joven plantearme
siquiera viajar a esa parte del mundo,
no recuerdo su nombre ahora, donde se forman las auroras boreales, pero dicen
que cuando las observas después la vida te parece insignificante, algo así como
cuando sientes el verdadero amor por primera vez.
Una enfermera
salió por la puerta y sin apenas mirarnos pronunció su nombre. Él se levantó,
no sin esfuerzo, y caminó despacio hacia la puerta
-
Espero que tenga suerte Javier y cumpla su sueño
de ver una aurora boreal- le dije
mientras
desaparecía.
Se giró hacia
mí y con una tierna sonrisa me contestó
-
Espero que la suerte la tenga usted joven. Yo ya
la vi. Estuve casado cuarenta años con
ella.
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