Cuando tenía cuatro años, su abuelo,
la había regalado una pequeña rana.
No estaba viva, estaba hecha en papel,
pero si le apretabas, levemente,
las ancas traseras, daba pequeños saltitos.
Su fascinación fue tal,
que en ese preciso instante,
se juró a sí misma, que no descansaría,
hasta que aprendiese
a hacerla con sus manos.
Y así,
con los años,
fue perfeccionando,
el noble arte del Origami
Cada vez,
figuras más complejas,
ms pliegues
en papeles más pequeños
hasta conseguir hacer
poesía con sus manos.
En eso estaba pensando,
ahora,
treinta años después,
mientras intentaba,
impotente,
juntar cartones y periódicos
en una forma confortable
donde acomodar sus cansados huesos
aquella noche
en el cajero
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